sábado, 10 de octubre de 2009


Infaliblemente había sobre su plato un menú extraño llamado Vida. La recorría con útiles brillantes, la observaba, la olía, la masticaba, la saboreaba y luego la escupía sobre el papel. Al momento de masticar, siempre la mejor parte era la noche, se sentía más dulce. Algunas veces se moría de sed con días muy salados, pero en su copa de cristal no faltaba el agua para extinguir aquella molesta sensación. Degustó también momentos agridulces, donde indudablemente existían dos lados.
Sin importar el sabor debía digerirlos; no contaba con otra opción.

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