miércoles, 12 de agosto de 2009


Cuando alguien dice ‘te quiero’, empieza la cadena. Esas dos palabras desatan una espiral de cambios orgánicos, mentales y sociales que muchas veces son independientes de la consciencia de quien los está sufriendo. Y es difícil valorarlos. En algunas ocasiones, ni siquiera hace falta que el ‘te quiero’ sea pronunciado: el lenguaje del cortejo habla por sí solo. En cualquier caso, lo que viene después de que el gatillo se apriete tiene, como todo en esta vida, su parte buena y su parte mala. Una persona que te quiere y que además te dice que te quiere está regalándote un pedazo de su vida, que no es poco, y un pedazo de futuro. Quizá minutos, quizá siglos; pero un pedazo de futuro. Te está regalando ilusión y pasión, o tranquilidad, puede que hasta paz interior. Te está regalando sentido a ciertos actos cotidianos y un motor para las cosas nuevas. Te está regalando una pizca de ego social, un puñado de ideas para sentir más y mejor, y una tarjeta de socio de esos exclusivos clubes para dos. Te está regalando mil cosas más, de golpe, y la oportunidad de descubrir otra nueva cada día, en un goteo de intensidad. Al mismo tiempo, te está regalando miedo. Te está regalando, posiblemente, un cierto odio hacia la idea de ti sin esa persona, y te está regalando una responsabilidad muchas veces mal entendida. Te está regalando cosas que un día puedes perder y pérdidas que, desgraciadamente, no se pueden cosificar porque son maravillosamente etéreas. Te está regalando motivos para no dormir, andenes en los que esperar y expectativas. Te está regalando plantas que, sí, hay que regar. Y jardines a los que un descuido puede llenar de malas hierbas. Pero la ecuación es clara y todos jugamos la carta ‘amor’ cuando podemos. Y si por algún motivo no podemos, quizá es porque estamos palpando esa imperfección, esa horrible capacidad del amor para fallar cuando aparentemente todo encaja.

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Heello Entraadaaaaas :$:$